La búsqueda del orden mundial: Europa

stats con chris
2022-04-30
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He vivido en Francia y Alemania, en una región del mundo denominada el Viejo Continente. Una región que a lo largo de su historia solo ha tenido un objetivo: «Conseguir el orden». En base a mi experiencia personal y considerando como fuente principal el libro de Henry Kissinger: «El orden mundial», elaboro un recuento histórico de Europa y a partir de él formulo el papel que jugará esta región del mundo en el futuro.

He vivido en Francia y Alemania, en una región del mundo denominada el Viejo Continente. Una región que a lo largo de su historia solo ha tenido un objetivo: «Conseguir el orden». En base a mi experiencia personal y considerando como fuente principal el libro de Henry Kissinger: «El orden mundial», elaboro un recuento histórico de Europa y a partir de él formulo el papel que jugará esta región del mundo en el futuro.

Este es el primer capítulo del ensayo: "La búsqueda del orden mundial". El segundo capitulo titula: "La búsqueda del orden mundial: El Medio Oriente".

Capítulo 1: Europa

Quiero contarte una historia que ha tenido un solo objetivo: "Lograr el orden". Si piensas un poco en ello, todos buscamos orden en nuestras vidas, pero esta historia no es acerca de alguien, ni de una familia ni de un país, es sobre un continente, Europa, que nos ha mostrado que el orden es bastante difícil de conseguir y conlleva tiempo encontrar…

El primer intento por consolidar un orden en el continente europeo llegó a través del Imperio romano. Su máximo líder, el césar, consideró que conquistando el continente bajo un poder autocrático lograría tal hazaña. Lamentablemente, el imperio se hizo tan grande que fue imposible para él tener un control absoluto sobre todo el territorio. Esto ocasionó la fragmentación del mismo y la lucha interna de poderes; como consecuencia, se generó desorden y pobreza, y la decadencia del imperio llegó en el año 476. Con el imperio destruido, el poder absoluto recayó en la Iglesia católica, cuyo líder, el papa, se auto-proclamaba el sucesor del apóstol Pedro y el nexo entre Dios y el hombre. El papa buscó restaurar un orden en el continente, pero él lo hizo a través de la “salvación divina”, es decir, afirmó que solamente construyendo el Imperio de Dios podríamos encontrar la salvación y hallar el orden. Sin embargo, por aquel entonces Europa estaba dividida en muchas regiones y para poder construir tal imperio, primero estas debían inclinarse ante la iglesia. En su afán por lograrlo, el papa coronó “emperadores romanos” y les dio derecho divino de conquistar Europa; no obstante, estos fracasaron.
No fue hasta el año 1500 que un príncipe de España fue coronado emperador romano bajo el nombre de Carlos V, y con él los hoy territorios de Austria, Alemania, Italia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, y España convergieron en un solo imperio. El nuevo orden impuesto por el papa parecía que finalmente tendría sus frutos 1000 años después; sin embargo, en el mismo período, “el protestantismo”, un fenómeno religioso en oposición a la Iglesia católica se manifestaría y reclamaría su libertad de expresión. El emperador Carlos V tomaría esta manifestación como un duro golpe a sus creencias y claudicaría en el año 1555 dividiendo el imperio entre sus familiares.
El protestantismo, liderado por Martin Luther, expresaría que “la salvación divina” era un concepto entre Dios y el hombre; por tanto, la Iglesia católica no tenía nada que ver con ella. Gobernantes feudales en toda Europa adoptaron estas creencias y expropiaron tierras que estaban bajo el dominio de la Iglesia católica. El desorden estaba de regreso en Europa, pero esta vez, dividiendo el cristianismo en dos partes, católicos y protestantes. Este desorden trajo un período de 30 años de guerra, el cual finalizó con el Tratado de Westfalia en 1648.

La historia había demostrado que consolidar un imperio en Europa no era el camino correcto al orden, el césar y el papa habían fracasado. Por eso, en el Tratado de Westfalia, los líderes de aquel entonces sugirieron el concepto de "naciones con hegemonía independiente"; es decir, solamente dando libertad a cada nación (no imperio, ni religión) de elegir sus reyes y creencias se podría establecer un nuevo orden.
Esta nueva mentalidad que el continente estaba adoptando marcaría el inicio de un período de guerras donde ciertos líderes buscarían retornar a un modelo imperialista. El primer intento llegó cuando Luis XIV tomó control de la corona francesa en 1661 y desarrollo un poderío militar que era superior al de los demás países europeos. Esto lo incitó a tomar control sobre toda Europa; no obstante, Inglaterra, Holanda, Austria, España, Prusia, Dinamarca, y diversos estados alemanes lo contuvieron, firmando el Tratado de Utrecht en 1713. El segundo intento llegó como consecuencia de la guerra contra Luis XIV. Prusia emergió como una potencia europea y su rey, Federico II, quien tomó el trono en 1740, consideró necesario la expansión de sus dominios. La guerra de los siete años llegó en 1756, donde Prusia e Inglaterra se enfrentaron contra Austria, Francia y Rusia, siendo este último un misterioso país que emergía desde Oriente y que con los años se consolidaría como una potencia Europea.
Tras la caída de Prusia con la firma del Tratado de Hubertusburg en 1763, Europa redefinió aquella visión de orden que había nacido con el Tratado de Westfalia. Las nuevas guerras habían mostrado que si bien el concepto de “las naciones con hegemonía independiente” era positivo, tenía deficiencias cuando alguna nación buscaba su expansión. Para reparar estas fallas, las naciones de aquel entonces decidieron establecer alianzas estratégicas buscando un balance del poder, de esta forma, si algún rey optaba por expandir su territorio, las alianzas lo frenarían inmediatamente. La forma en que estas alianzas surgieron fueron a través de matrimonios o herencias entre los futuros herederos a los tronos europeos. Gracias a esta nueva visión de orden, Europa empezó a vivir un período de iluminación, una época donde el continente estuvo más unido que nunca, al punto que los gobernantes con cierta una nacionalidad ejercían el control sobre otras naciones. El orden parecía haber alcanzado perpetuidad; lamentablemente, esta visión tenía un punto débil que conllevó a su fracaso con la “Revolución francesa”.

Las naciones hasta esa fecha habían sido gobernadas por monarcas, familias reales catalogadas como “divinas” por la Iglesia católica, una iglesia que si bien había perdido el poder absoluto en Europa, aún seguía ejerciendo un poder divino sobre muchas naciones. Este resentimiento a la monarquía, o a la familia real que ostentaba una vida lujosa mientras el pueblo sucumbía en la pobreza, explotó en Francia en 1789 y dio paso a un movimiento revolucionario liderado por la burguesía y apoyado por las masas. La iglesia perdió definitivamente poder alguno sobre la nación y la Revolución francesa se esparció por toda Europa... ¡La monarquía había llegado a su fin!
Este movimiento revolucionario fue aprovechado astutamente por un hombre, Napoleón Bonaparte, quien dio un golpe de estado en Francia en 1799 y se proclamó el nuevo cónsul de la república. Más tarde, en 1804, se coronaría a si mismo emperador y sus deseos de unificar Europa en un imperio sin monarquías recibiría el apoyo de las masas. Su astucia lo llevaría a no tomar las mismas decisiones del otrora Imperio romano, para esto, dividiría Francia en prefecturas para que así cada región pudiese tener un gobierno local y permitiría el pluralismo religioso. Esta división del poder, que actualmente se sigue aplicando en Francia y en el resto del mundo, permitió a Napoleón tener un control sólido sobre su imperio y dio un giro a la visión de un nuevo orden en el continente europeo. El orden ya no estaría basado en “monarquías con hegemonía independiente”, sino más bien en un gobierno revolucionario separado en prefecturas y liderado por Napoleón, pero para esto Francia debía adueñarse de toda Europa. Napoleón estuvo cerca de consolidar esta visión de orden, salvo por dos enemigos que socavaron su plan, Inglaterra y Rusia. Quizás el más grande error de Napoleón fue invadir Rusia, el gigante que misteriosamente llegaba desde Oriente y ya se estaba consolidando como una potencia europea. Napoleón fracasó por el este con Rusia, y por el oeste fue Inglaterra quien aliándose con España y Portugal, lo derrotaron en la batalla de Waterloo en 1815. Tras esto, el Tratado de Paz de Viena buscó redefinir un nuevo orden en Europa. Napoleón había mostrado que consolidar un imperio, no de reyes sino de burgueses, no autocrático sino revolucionario, también conduciría a su propio fracaso. Pero el ser humano es un ente que no aprenderá de sus errores fácilmente, pues tiempo después Adolfo Hitler tomaría las mismas decisiones que Napoleón, se enfrentaría a Rusia por el este y a Inglaterra por el oeste, y fracasaría en su afán imperialista...

En el Tratado de Viena los líderes de las naciones buscaron comprender en qué estaba fallando el viejo orden impuesto en Westfalia. ¿Por qué las guerras surgían a pesar de haber dado hegemonía independiente a las naciones y haber quitado todo poder a la iglesia? ¿Por qué se repetían aún cuando las monarquías habían sido abolidas y las alianzas estratégicas entre naciones habían sido creadas? La respuesta parecía estar oculta en esta última pregunta. ¡Las alianzas estratégicas tenían un punto débil! Europa Central por mucho tiempo había estado formado por pequeños territorios, los cuales fueron blancos perfectos para que países más grandes buscasen su expansión, tal como lo hicieron Carlos V y Napoleón Bonaparte. Europa era consciente que tarde o temprano algún líder imperialista tendría que surgir y la única forma de frenarlo era mostrándole que no tendría opción a expandirse. Pero para hacerlo, los territorios, más que formar alianzas estratégicas, debían hacerse más fuertes por si mismas, y para eso, debían consolidarse como grandes naciones. Debido a este afán, en el Tratado de Viena, los territorios alemanes se unieron en una confederación, Prusia anexó Renania y Sajonia, Holanda se apoderó de Bélgica y Rusia tomó el control sobre Finlandia. Todo indicaba que esta repartición de poderes consolidaría Europa Central como un territorio fuerte e inquebrantable y traería un nuevo orden al continente. Sin embargo, hubieron dos eventos que no pudieron ser predichos en el Tratado de Viena: i) El “nacionalismo” que fue creciendo paulatinamente. ii) La consolidación de una nueva potencia mundial, Rusia, con una visión religiosa diferente a la europea, “la católica ortodoxa”.

Si bien territorios pequeños fueron anexados a grandes naciones para mantener un balance del poder, estos con el tiempo buscaron su independencia basados en un sentimiento nacionalista, así lo hizo Bélgica de Holanda, Grecia del Imperio otomano y Finlandia de Rusia. La idea nacionalista en el siglo XIX alteró el balance del poder en Europa e inclusive se expandió por el mundo llegando hasta Sudamérica donde muchos de los territorios que eran colonias europeas alcanzaron su independencia. Pero hubo algo que repercutió como un déjà vu…. la guerra de Crimea.
Por aquel entonces el Imperio otomano tenía control sobre Tierra Santa y el gran conflicto surgió porque los católicos ortodoxos querían tener los mismos privilegios que los católicos europeos para acceder a Jerusalén . El Imperio otomano le negó dichos privilegios a Rusia, y debido a esto, Rusia le declaró la guerra en 1853. Europa se vio inmersa en una nueva guerra religiosa tal como aquella que surgió entre protestantes y católicos. Esta culminó con el Tratado de Paris en 1856. Sin embargo, las ideas nacionalistas siguieron repercutiendo en el continente, ocasionando la unificación de Italia en 1870 y el nacimiento de Alemania como nación, la cual se dio anexando la confederación de estados alemanes a Prusia en 1871. Europa Occidental parecía estar tomando un nuevo orden, las grandes naciones se estaban consolidando bajo un carácter nacionalista y nuevas alianzas se estaban formando en beneficio de los intereses de cada nación. No obstante, estas alianzas mostraron otro déjà vu, las guerras enfocadas en Europa Central.
A diferencia de antes, Europa Central ahora era una gran nación, Alemania. Y cuando esta unió sus fuerzas con Austria, ambos se convirtieron en la gran potencia europea. Debido a esto, Europa Central se convirtió en un territorio al cual temer, pero al mismo tiempo, Europa Central se vio amenazada por ambos flancos, pues Rusia y Francia habían formado una alianza. Como resultado, se generó temor entre las naciones y esto motivó al continente a emprender carreras armamentistas sin precedentes. Mientras tanto, Europa Oriental continuaba viviendo el fervor nacionalista reclamando autonomía para sus naciones. Por este motivo Serbia, en un acto de rebeldía, asesinó al archiduque austríaco Franz Ferdinand en 1914. Rusia y Francia respaldaron a Serbia, mientras que Alemania y el Imperio otomano mostraron su apoyo a Austria. La Primera Guerra Mundial había estallado y tras esta muchos de los eventos mencionados se repetirían, porque el hombre solo sabe jugar de una forma y casi siempre cometerá los mismos errores…

En 1919 se firmó el Tratado de Paz de Versalles. ¿En qué se parece este tratado a aquel firmado en Viena en 1815? En que ambos marcan el ingreso de una nueva potencia al continente europeo. En 1815 fue Rusia que se encaminó como la gran revelación, y en 1919, fue Estados Unidos quien ingresó al juego. Por otro lado, tal como Francia vivió la Revolución francesa y la monarquía fue abolida en toda Europa, Rusia sufrió un golpe similar en 1917. El monarca, denominado el zar, fue derrocado por el "Partido Comunista", cuya ideología basada en "todo el poder para los sóviets (consejo de obreros)" se expandió por todo el mundo. Rusia pasó a llamarse La Unión Soviética y las grandes reformas internas le permitieron recuperar su poder en Europa. Pero el Tratado de Versalles fue mediocre, todos los países quedaron debilitados y ya nadie se esforzó en generar una nueva visión de orden en el continente. La Unión Soviética optó por separarse de los planes europeos y se alejó para consolidarse a si misma como una potencia, Austria quedó destruida y nunca más volvió a ser la misma, mientras que Alemania fue excluida de cualquier alianza en el continente, quedándose sola y resentida.
¿Qué error cometieron los países que ganaron la guerra para que Alemania pudiese recuperar su poderío? ¿Acaso no sabían que Alemania estaba resentida y buscaría cobrar venganza? Si lo sabían, pero el continente estaba destruido y por eso los países terminaron preocupándose más por sus intereses personales. Así lo demostró Francia, quien firmó el Tratado de Locarno en 1925. En él, Alemania aceptaba desmilitarizar toda la zona que estaba en la frontera con Francia siempre y cuando este le permitiese continuar con sus actividades militares al otro lado de su territorio, es decir, en la frontera con Polonia. Este quizás fue el más grande error que Francia pudo haber cometido, porque en 1939 Alemania invadió Polonia y un año después conquistó Paris. La Segunda Guerra Mundial había estallado, con una visión de orden basada en un Imperio nacionalista, donde el líder máximo sería Adolfo Hitler. Pero este, al igual que Napoleón, fracasó en el intento.

La guerra se dio por concluida con el Tratado de Paris en 1947, y es aquí que Europa reaccionó como conjunto y volvió a buscar un nuevo orden continental; desafortunadamente, los líderes de aquel entonces se dieron con la sorpresa que el poder europeo había desaparecido, las grandes potencias que dominaban el continente ya no eran parte del mismo. Durante 40 años Europa pasó a ser gobernada por Estados Unidos y la Unión Soviética, en un período denominado la Guerra Fría. El nuevo orden del continente ahora dependía de factores externos, y lo que es peor, dependía de una guerra ideológica de polos opuestos, por un lado el capitalismo norteamericano, por otro lado el socialismo soviético. La historia se estaba repitiendo a nivel ideológico, tal como otrora fueron los conflictos entre el protestantismo y el catolicismo a nivel teológico o entre la monarquía y la burguesía a nivel político.
La Guerra Fría culminó con la disolución de la Unión Soviética en 1991 y la independencia de una Europa capitalista, que se tradujo en la creación de la Unión Europea en 1993. ¡Europa finalmente había alcanzado un orden y había aprendido de sus errores! Ahora era consciente que los imperios, ya sean autocráticos, revolucionarios, o nacionalistas, solo conducirían al desorden. Había comprendido que la iglesia solo debía ser relegada a tareas eclesiásticas y que el pluralismo religioso debía estar presente en todas la naciones. Pero por encima de todo, había descubierto que, a lo largo de la historia, las guerras habían surgido porque las alianzas habían dividido al continente en bloques de guerra. Fue por eso que la Unión Europea nació, para mostrar que solamente englobando al continente con una sola ideología, y no fragmentándola en bloques, se podría alcanzar el tan ansiado orden. Tardaron casi 1500 años en lograrlo... ¡pero lo consiguieron!

La gran pregunta es: ¿Cuánto tiempo le tomará al mundo alcanzar el tan ansiado orden mundial? Para comprenderlo, tendríamos que enfocarnos en las otras regiones del mundo, y a partir de sus historias deducir el futuro, porque el futuro siempre estará escrito en el pasado. Europa ya nos ha dado una pequeña pista. Ahora sabemos que los conflictos religiosos necesariamente surgirán. Ahora sabemos que los países que están resentidos eventualmente, con el tiempo, buscarán una excusa para atacar, y lo que es mejor, ahora sabemos que tarde o temprano las monarquías del mundo deben quedar atrás...

Exploremos la siguiente región que nos puede brindar más datos para predecir el futuro:

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Un escritor que aprendió a sumar

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